lunes, 20 de diciembre de 2010

HOWLIN / Capítulo 1: La Llave.


 I
     Si buscáramos en el diccionario la palabra “howlin”, no la encontraríamos. Esto no significa que no exista,si no que estamos buscando en el lugar equivocado. Así mismo, no hay que caer en el error de la casi idéntica (fonéticamente hablando) “howling”, que en ingles significa aullido. Los Howlin no aúllan, hablan como cualquiera de nosotros.
  En la antigüedad se les llamaba así a unos seres mágicos que habitaban en las montañas y solían bajar a los valles para mezclarse entre los hombres.
  Que sean seres mágicos no los pone en la categoría de duendes o elfos, no hay que confundir. Menos que menos tienen parentesco con las hadas. Un Howlin no es pequeño (en verdad tienen la altura de un hombre normal) y, definitivamente, no tienen alitas. Y para ser totalmente honestos, lo de “seres mágicos” tampoco es tan así. Los Howlin no poseen ningún tipo de poder. No mueven cosas con sólo desearlo, no tienen fuerza sobrehumana y no aparecían y desaparecían a su antojo. Nada de nada. El don de los Howlin era la palabra.
  Cuando bajaban a las aldeas eran muy requeridos para que contaran sus historias para sobrellevar los crudos inviernos (los Howlin no sufren el frío, hasta el día de hoy no sabemos el por qué) apretujados en sus chozas; o escucharlos sentados en círculos, luego del final del día, en aquel lugar donde la pradera terminaba y comenzaba el bosque, rodeados de antorchas que creaban sombras danzarinas que saltaban de árbol en árbol.
  Este Howlin específico del cual quiero hablarles, había tomado para ser reconocido entre los humanos el nombre de Mau. Los nombres de los Howlin son impronunciables para nuestra lengua, por eso algunos de ellos eligen nombres normales. Claro que habría que preguntarse que creemos por “normalidad". Lo que para algunos es normal, para otros puede no serlo. Y es que eso de la “normalidad” es muy tirado de los pelos. ¿Qué es normal? Es algo que nunca sabremos.
  Pero volviendo con Mau, este Howlin tenía la peculiaridad de que cada vez le costaba más volver a las montañas. Ansiaba el contacto con los humanos más que cualquier otro Howlin que él conocía.
  -¿Qué te ocurre?- le preguntó una vez uno de los ancianos al encontrarlo en la entrada de la gruta, con la mirada perdida en las luces del poblado que se encontraba allá abajo, en el valle.
  Al principio Mau no quiso confesar su ansia, pero el anciano se quedó a su lado y se entretuvo tirando piedritas por el borde del abismo.
  -Me gusta estar con ellos- se sinceró al fin Mau.
  -¿Con ellos? ¿Te refieres a los humanos?
  -Sí. ¿Hago mal, anciano?
  -¿Mal? ¿Qué mal puede haber en seguir lo que tu corazón desea?
  -Entonces, ¿puedo ir con ellos?
  -No eres aquí un prisionero. Si eso es lo que deseas, libre eres de hacerlo.
  -Pero… ¿y si resulta que luego no era lo que esperaba?
  -Esta siempre será tu casa- respondió el anciano.


II
    
  Y así, Mau metió sus pocas posesiones (un Howlin es muy selectivo con lo que toma como propio. Por eso tienen pocas cosas, pero muy importantes para ellos) en una bolsa, que cerró con un lazo, y se la echó al hombro.
  Bajó la montaña por un sendero zigzagueante hasta llegar al bosque. Sus pies desnudos (los Howlin no usan calzado. En eso son muy parecidos a los Hobbit) pisaban la hojarasca. El sol estaba asomando, trazando líneas de luz entre el follaje. Mau respiró profundamente. El aire era limpio y puro.
  Al poco rato salió del bosque y pudo ver el pueblo que se alzaba en el valle. Caminó por la calle principal. Algunos perros ladraron a su paso. Vio las caras de siempre, amistosas y sonrientes, saludándolo con las manos en alto.
  Y ocurrió que llegó al final de la calle y observó el camino discurrir hasta adentrarse en un nuevo bosque. Y pensó que aquel camino era una puerta cerrada y que detrás de ella había cosas nunca vistas. Y cerró su mano en un puño y puso sentir dentro de ella la forma de una llave. Y cuando la abrió, ahí estaba: su cabeza era un anillo del cual salía el tubo que remataba en las paletas. Las paletas creaban una figura con extrañas reminiscencias a símbolo egipcio.
  Mau se sorprendió al ver la llave en su mano, pero más se sorprendió cuando alzó la vista y delante de él había una puerta exquisitamente tallada.
  Dio un paso para atrás, asustado, pero a la vez eufórico y con el corazón latiéndole enloquecido en el pecho.
  Se acercó a la puerta y la tocó con las yemas de sus dedos. Era áspera al tacto.
  Pasó por el costado de la puerta y miró del otro lado. La puerta estaba sostenida de la nada. Tomó el picaporte y lo giró.
  Cerrada.
  Mau dudó unos minutos.
  ¿Sería buena idea introducir la llave? , reflexionó.
  Hazlo, le contestó una voz en su cabeza. Hazlo. Es lo que deseas. Hazlo y vivirás muchas aventuras.
  -¿Quién eres?- preguntó Mau al aire.
  Soy tú mismo, Mau. Soy la parte que desea abrir la puerta. Hazlo.
  -¿Qué hay del otro lado de la puerta?
  Un mundo diferente, un mundo que se ha movido. Un mundo de pistoleros.
  Mau jugueteaba con la llave en su mano.
  La acercó a la cerradura.
  La llave giró como recién aceitada.
  Mau giró el picaporte.
  Y la luz lo tragó.

Esta historia continuará.

2 comentarios:

Calavera dijo...

Está buenísima esta primera parte del relato, Adrián!!! ;D

Y, por lo que veo, parece que tiene algo que ver con la Torre Oscura, lo que lo hace aún mejor.

Espero que no tarde la continuación!!! ;)

Adrián Granatto dijo...

Calevera: Me alegra que le guste. El próximo capítulo ya está por llegar. Y es verdad, LTO tiene una pequeña participación.