martes, 20 de septiembre de 2011

Quién sabe Alicia...

Autor: gloria Llopiz

Capítulo 1
Alicia salió de México queriendo colonizar todos los centros comerciales de Chicago. Quería ganar dinero, comprarse un coche nuevo, una casa, perfumes y ropa en Macy’s. Quería una vida parecida a esas vidas que le mostraban las series de tv americanas. Y, sí…su vida en USA, fue similar a la de una serie. 

Trabajó y juntó dinero, con papeles falsos. Su registro de conducir, su número de Seguridad Social y sus tarjetas de crédito, estaban a nombre de una ciudadana legal americana. Por esto, pagó 1000 dólares. No era lo ideal, pero le permitió vivir y trabajar con cierta tranquilidad. 

Al tercer año, la cosa se volvió más difícil. La migra la detuvo más de tres veces en un mes, en la autopista. Cada una de esas veces, le quitaron su registro mellizo, comprado a 400 dólares en el mercado negro. Pero, ella insistió. No estaba dispuesta a flaquear. 

De todos modos, la añoranza de ver a su madre y hermanos, hizo que se subiera a un avión rumbo al Distrito Federal en las navidades. Fue cargada de regalos. Les contó que estaba feliz y los invitó celebrar con una gran cena. 

A la vuelta, la migra la rebotó en el aeropuerto. Le quitó los documentos y la mandó de vuelta. Pero, Alicia, insistió una vez más. Se fue a un hotelito de El Paso y contrató a unos tipos que le prometieron cruzarla. 

La hicieron esperar durante dos días. Una madrugada pasó un chico de 16 o 17 años a buscarla. Subieron a una camioneta que los dejó en un camino oscuro de tierra. 

El chico le indicó que debía guardar silencio y hacer el mínimo ruido al caminar. Ella anduvo junto a él, durante 45 minutos, muda de asombro y de miedo. 

Por fin llegaron al borde del río. El Río Bravo, el Río Grande, llámalo como prefieras. Se escuchaban perros ladrando a lo lejos. La oscuridad era intensa. Entonces el chico le dio una bolsa de residuos y le dijo que se quite toda la ropa y la guarde ahí. Ella gritó escandalizada: -¿vamos a cruzar nadando?-y el chico le respondió, mientras se inyectaba algo en la vena:- cierre la boca, señora y haga lo que le digo. Y agregó:-¿Qué pensó, que la íbamos a cruzar con un helicóptero?

Ella se quitó la ropa espantada. Tenía claro que era eso o la nada. El chico hinchó una llanta de camión soplando sin respiro. Se quitó la ropa también, le indicó a ella que se sentara sobre la goma. Él se ubicó en medio del hueco de la llanta y las piernas de Alicia. Ya ubicado, comenzó a nadar sin detenerse. Transcurrió un tiempo eterno hasta que llegaron a la otra orilla.


Capítulo 2
A tientas, casi sin ver donde pisaban, luchando con el barro y los mosquitos salieron del río. El chico le dio una vieja y sucia camiseta que llevaba en su atadito hecho con la bolsa de residuos.
-Seque su cuerpo y vístase, le ordenó.
Ella temblaba de frío y de cansancio. Buscaron un camino angosto y, antes de seguir, tiraron las bolsas, ya vacías y la camiseta que usaron para secarse.

Caminaron cerca de media hora, mientras amanecía. Entraron a unas callecitas de lo que parecía un poblado. A las dos cuadras, golpearon la puerta de una casa. Abrió un tipo barrigón de bigote tupido.
-Mande, cuate, le dijo al chico.
-Acá tiene la mujer del business, jefe.
-Pase, amiguita. Ándale cuate.

El chico desapareció. Alicia entró a una cocina pequeña, guiada por el hombre. Había un fuerte olor a condimento en el ambiente. Un par de grandes ollas despedían vapor y aroma a comida. Ella se dio cuenta que hacía horas no probaba bocado. 

El hombre sirvió un plato repleto de carne cortada en tiritas con pimientos y cebolla. Se lo ofreció y le señaló un plato con tortillas de maíz. Alicia devoró velozmente, casi con ferocidad. Estaba saciando algo más que el hambre. Estaba disfrutando de sensaciones, sabores, olores a pocas horas de haber entrado en uno de los “corredores de la muerte”.

El tipo dijo que debían esperar a la noche para seguir viaje. Ella se sentó, en un sillón desvencijado que había en un rincón. La despertó un sacudón brusco en el hombro. Se había quedado dormida y ya era de noche. 

La casa estaba llena de gente que fue llegando mientras ella durmió. El tipo los guió a un garaje en la parte trasera de la casa. Señaló una furgoneta mediana en donde seis adultos y dos niños, ocultos, viajarían desde Fort Handcock hasta Van Horn, por la Carretera 10. Deberían recorrer alrededor de 100 km.

Cada uno de ellos había pagado entre 2000 y 3000 dólares para hacer este viaje. Dos iban enrollados, debajo del asiento. Sí, en posición fetal, dentro de la caja de madera sobre la que se apoya el asiento delantero. 

Detrás del asiento, en la parte superior, había una cama cucheta, para el descanso del conductor. Esta, estaba oculta con un panel. En ese lugar ubicaron a los dos niños. 

En la parte trasera, la furgoneta tenía dos compartimentos para guardar mercadería. Aquí se ubicaron, casi a presión, dos personas en cada uno de ellos.
El viaje duró dos horas y media y la policía los detuvo dos veces, pero por suerte, revisó la camioneta por encima e indicó seguir.

A la madrugada, llegaron a Van Horn en donde los separarían. Seguir juntos era un riesgo. Esperaron en una gasolinera el siguiente paso del plan.
A ella, la buscaron dos jovencitos que la llevarían en coche hasta Odessa, 200 km hacia el noreste. Allí, ella, por fin continuaría sola. Podría tomar un bus o un avión hacia Chicago.


Capítulo 3
Los chicos con quienes Alicia continuaría el peregrinar, se acercaron a saludarla.
La chica era rubia, con aspecto de gringa, no tendría más que 20 años. Parecía nerviosa, tenía prisa por salir de ahí.
El chico era un mexicano típico de unos 25. No muy alto, delgado, pelo grueso, negro y lacio. La llevaron al coche en el que viajarían.
El chico le entregó a Alicia un carnet de conducir, con su foto, a nombre de Julieta Vega Quintana. Esto era parte del trato hecho en El Paso.
Le indicó, además: -Si nos detiene la policía, diremos que usted es mi tía, y que la güera es mi novia.

Emprendieron viaje por los caminos de Dios y de Texas.
Hacía muchísimo calor.
El peligro, aún, no había cesado.
Sentada en el asiento trasero de un coche lleno de polvo,
Alicia trató de dormir. Pensó en hacer, esa respiración, que le habían enseñado sus vecinos de la escuela de yoga. Y de a poco lo logró.
Pero, una discusión entre los jóvenes, la despertó.
Estaban peleando en una mezcla de inglés-español propio de México, que hablan los jóvenes en Usa.
- ¡I wanna my fucking money, pinche naco!, gritaba la chica, mientras se pasaba las manos, insistentemente, por el pelo, se frotaba los brazos.
El chico trataba de calmarla, con poca paciencia, mientras conducía.
-Come down, lady, come down, rigth here!, gandaya... Y calla, wey!

Por momentos parecía que se calmaba la tensión, pero vuelta otra vez a chillar.
En un momento la chica, estaba tan fuera de sí, que comenzó a llorar a gritos.
El chico, tenía una mano en el volante, con la otra, la tomó del cuello y comenzó a zamarrearle la cabeza. Mientras le aseguraba que si no cerraba la boca, la tiraría del coche.

Entonces, Alicia intervino. Le pidió al chico que detuviera el coche en una gasolinera, para que la chica se relaje. Él se negó, dijo que llamarían la atención, que la chica estaba loca, como todas las viejas y que ya se calmaría.
Las siguientes tres horas, hicieron el camino en silencio.
La chica estaba exhausta de tanto llanto, tanta histeria. Solo emitía un gemido suave, cada tanto y suspiraba.

Se detuvieron en una estación de buses para ir al baño y comprar algo para beber.
Ya, más frescos, emprendieron la marcha.
Más distendido, el chico comenzó a beber cerveza y puso música a todo volumen.

Alicia río burlona y pensó: -pinche, canejo, tiene su lado romántico.

Al anochecer los detuvo una patrulla. Les pidió la documentación.
Los tres le ofrecieron sus carnets y el policía, caminó de vuelta hacia el patrullero para verificar.
Los minutos se volvieron eternos.
El chico les dijo a ellas que estaría todo en orden, mientras, no disimulaba su ansiedad. 

Sentado en la patrulla, un segundo policía, con gafas, introdujo la información en el sistema.
También, los observaba, con disimulo, por el espejo retrovisor.
Reía con el otro, que estaba de pie, apoyado en la ventanilla.
Ya serio, no quitaba la vista del monitor, entonces, el otro comenzó a comunicarse por handy
Al cabo de unos minutos, la puerta de la patrulla se abrió y ambos uniformados se dirigieron hacia el coche de Alicia.

Comenzaron a interrogarlos. Hacia adónde se dirigían, qué relación los unía, etc. El chico dijo lo acordado.
Al cabo del discurso del chico, el oficial de gafas dijo que uno de los tres, debía irse con ellos en el patrullero. Que estaba en una lista de busca y captura.


Capítulo Final

Alicia sentía como el suelo se abría debajo de sus pies.

Trataba de controlar su respiración, pero su pecho comenzó a aletear ansioso. Mientras, intentaba que su rostro no se desfigure por el temor y la incertidumbre. Procuró relajar los músculos del cuello y se dijo para sí:-esto, también pasará

Observó al chico fumando de costado. Daba profundas caladas nerviosas que remataba con un movimiento con la punta de la lengua. Recorriendo su labio inferior. Una y otra vez, repetía el gesto. Lo observó y se preguntó si tendría madre, si tendría hijos, si tendría hermanos. También se preguntó cuántos dólares ganaría él en esto. Lo compadeció. 

Miró a la chica que mascaba chicle graciosamente, como si estuvieran de paseo en un centro comercial. Contempló el mechón de pelo que caía sobre su frente, las pecas que le recorrían la nariz, el rubor de sus mejillas. La vio tan frágil y tan sola. Tan inocente y tan inconsciente. Con la imprudencia de quien ya no se interesa por sí mismo. La compadeció.

El oficial de gafas, con los documentos en la mano, se acercó y dijo:

-Melanie Suarez Castillo, girl, the game is over, go on.
La chica lo siguió con la mirada perdida, con gesto cansado, entregada a su destino. Sin llantos, en silencio.

Alicia y el chico, quedaron solos, un rato sin moverse, al costado del camino. No se cruzaron ni palabras, ni miradas. Y al cabo de un tiempo, caminaron agotados hacia el coche. Al anochecer, el chico la dejó en la Estación de Buses de Odessa.

Casi ni se saludaron al despedirse. Gestos apurados, rehusando mirarse. Como queriendo que pase pronto este episodio de sus vidas. Queriendo dejar atrás la sensación amarga de transitar una frontera que rechaza, esquiva y humilla.

Alicia buscó un hotel. Entró a la habitación, se dejó caer en la cama, rendida, exhausta. Cerró los ojos y recordó uno a uno los episodios del viaje.

Se le puso la piel de gallina y su alma tembló. Comenzó a llorar.
Lloró al comienzo, suavecito y de a poco, el llanto se volvió sollozo, quejido, lamento. Lloró de pena, de dolor, de soledad, de desencanto, de miedo. Lloró hasta quedarse dormida.
A la mañana siguiente tomó un avión con rumbo a Chicago.

Llegó a casa. Estaba con prisa, tenía mucho por hacer. Revisó su ropa y separó alguna. Armó una valija mediana. Llamó a sus tres amigas y les dijo que tenía ropa para ellas, que la dejaría con el conserje del edificio de departamentos.

Cargó en su camioneta todos los equipos electrónicos, los vendió en la tienda de segunda mano.
Llamó a su jefe para pasar a cobrar un resto que le debía y, de paso, despedirse.

Volvió a su casa, llenó la bañera, se sumergió hasta que el agua arrugó sus dedos, luego se vistió despacio. Se secó el pelo. Se maquilló cuidadosamente. Roció su cuello con perfume.

Salió a la calle y cogió un taxi en dirección al aeropuerto.

Compró un pasaje a Madrid. Y mientras tomaba café en el bar y esperaba la hora de embarcar empezó a soñar.

Planeaba colonizar todos los centros comerciales de la Península Ibérica.
Quería ganar dinero, comprarse un coche nuevo, una casa, perfumes y ropa en el Corte Inglés.
Quería una vida parecida a esas vidas que le mostraban las comedias españolas.
Y, sí…su vida en España, fue similar a la de una peli.
Algún día, les contaré...


Cualquier semejanza parcial o total con los personajes de este cuento es mera coincidencia
Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del autor, titular de la propiedad intelectual.



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