viernes, 9 de septiembre de 2011

Modelo para armar 2.




Resignación. Esa fue la única acción que me transmitió mi abuela. Pobre. En su simple estructura campesina, había aprendido que esa era la única actitud posible frente a la ingrata situación económica y social de donde se había criado.
Sin embargo, a mí me obligaba a estudiar. Yo quería ayudarla con las tareas de la casa, pero ella me decía que no, que debía cuidar mis manos, porque un día iba a ir a cantar a Francia.
Sí, yo cantaba de chica. Y a ella le gustaba oírme. Cantaba canciones en italiano que ella y mi abuelo me habían enseñado. Cantaba y jugaba. Hasta que un día dejé de cantar. El silencio obligado en la siesta, para que mi tío Roque pudiera dormir, luego de la jornada nocturna en la fábrica.
Entonces descubrí que podía imaginar ese viaje, imposible, hacia tierras lejanas, a través de los libros. Estudiar. Otra vez, era la tarea. En los silencios de todos los veranos, leer era la tarea.
El modelo estaba cambiando. De la resignación de mi abuela, venía la acción de la lectura. Ella era simple, analfabeta, y al ver que yo leía, ella sentía que iba yo a salir de esa situación. La pobreza, no era más una única posibilidad.
Mi abuela se murió tranquila, el año que yo estaba trabajando, y estudiando el profesorado. Pero no se dio cuenta que me dejó a cargo a sus dos hijos. Los dos débiles, que no habían podido formar su propia vida. Mi madre, y su hermano, “el Tío Mario”.
autor: Marcela Segal

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