sábado, 9 de abril de 2011

UN MINUTO DE GLORIA

I

     Sentado en el banco de la plaza, bajo la sombra de un sauce, el viejo Tobías le daba de comer a las palomas. Por el rabillo del ojo vio venir por el caminito de piedras a un grupo de jóvenes de ambos sexos. Todos ellos llevaban en sus manos carpetas y libros. De fondo se escuchaba el canto de los pájaros, el ulular de las palomas y el murmullo del agua de una fuente cercana.
  El grupo se detuvo a una distancia prudencial y desde allí observaron a Tobías y las palomas. Hablaban entre ellos en cuchicheos y parecían indecisos. Tobías los relojeaba con carpa mientras las palomas picoteaban cerca de sus pies. Metió la mano en la bolsa, echó el último puñado de migas de pan, y lanzó un grito bajo, algo así como “¡Chu!”. Las palomas se elevaron en bandada y tomaron lugares en el sauce, como un público expectante.
  El viejo Tobías agarró el diario que descansaba plegado en el banco al lado suyo y lo abrió en una página al azar sin prestarle verdadera atención a las noticias, solamente haciendo tiempo hasta enterarse lo que aquellos jóvenes querían de él.
  Al final, una de las chicas se acercó. Tobías bajó el diario y sonrió.
  -¿Si? ¿La puedo ayudar en algo, señorita?
  -Buenas tardes, profesor- saludó la chica. Se la notaba nerviosa-. Mis amigos y yo nos preguntábamos si tendría tiempo para ayudarnos con un trabajo.
  -He dejado de ser profesor hace años- respondió Tobías-, pero siempre es bueno ayudar a la juventud. Dígale a sus amigos que se acerquen, por favor.
  La chica sonrió e hizo una seña al grupo que se acercó presuroso.
  -Buenas tardes- dijeron a coro.
  A Tobías eso le causó gracia, pero se mordió los labios para no reírse. No quería herir susceptibilidades.
  -Buenas tardes- respondió-. Bueno, ustedes dirán. ¿En qué puedo ayudarlos?
  -Estamos haciendo un trabajo etimológico sobre el origen de algunas expresiones, esas que uno dice recurrentemente sin saber el real sentido de la misma, sólo porque son de uso diario.- contestó uno de los chicos, un rubio de pelo largo con un arito en la nariz y otro en la ceja izquierda-, pero no entendemos mucho y esperábamos que nos pudiera explicar algunas cosas.
  -¿A qué colegio van?- preguntó Tobías.
  -Al Instituto Leopoldo Jacinto Bello- contestó el muchacho de los aritos.
  -¿Quién les imparte la clase?
  -El profesor Augusto Solano- dijo una chica-. ¿Lo conoce?
  Tobías pensó un poco y luego se encogió de hombros.
  -Puede ser, no sé. He conocido tanta gente en mi vida que ya se me confunden los nombres y las caras. Les propongo algo: vayamos hasta aquel banco de allá, el que está casi sobre el comienzo del césped, así podrán sentarse y estaremos más cómodos.
  Tobías se puso de pie y todos juntos caminaron bajo la atenta mirada de las palomas.

II

  Tobías tomó asiento en el banco de madera y los jóvenes se ubicaron sentados en el pasto delante de él formando un semicírculo.
  -Pues bien- comenzó a hablar Tobías-, el origen de algunas frases o palabras recurrentes debe tomarse con pinzas porque la veracidad de su creación es cuasi nula y sin pruebas fehacientes. Sin embargo, la mayoría de ellas son bastantes novedosas (si de verdad creemos como llegaron a ser lo que son) y otras rayan lo meramente humorístico. ¿Cuántos de ustedes oyeron decir alguna vez que a algo muy barato se le llame, comúnmente, una bicoca?
  Cuatro de los nueve jóvenes alzaron la mano.
  -Muy bien- asintió Tobías-. ¿Y saben por qué se le dice así?
  Los cuatro negaron con la cabeza.
  -En el año 1522 el emperador Carlos V libró una batalla contra Francisco I de Francia en una población italiana llamada Bicoca. Fue tan fácil la victoria española que la palabra “bicoca” pasó a ser sinónimo de algo de fácil obtención y de poco valor.
  El grupito abrió sus carpetas y comenzaron a tomar notas.
  -Si yo les dijera El Tío Sam, ustedes automáticamente pensarían en Estados Unidos, ¿no es cierto? Y algunos hasta creerían que es una persona real, pero no. Resulta ser que en 1961, durante la segunda guerra entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, un tipo que aprovisionaba de carne al ejército imprimió en los barriles las iniciales U.S, siglas de United States. Los soldados, en broma, lo interpretaron como Uncle Sam. Se hizo tan famoso que en 1961 el congreso de Estados Unidos lo reconoció como símbolo estadounidense. Interesante, ¿no?
  Algunos rieron sin dejar de escribir.
  -Siempre tuve una duda- dijo uno de ellos, un muchacho de anteojos y barbita candado. Tenía en la boca el capuchón de la birome y lo mordía pausadamente- ¿Por qué razón a los que se llaman José les dicen Pepe?
  -¿Qué dijo?- se llevó la mano al oído Tobías, como haciendo pantalla, a la vez que se inclinaba hacia delante, aunque había escuchado perfectamente-. Sáquese eso de la boca y pregúnteme de nuevo, por favor- le recriminó.
  El muchacho se puso rojo y escupió el capuchón a su mano.
  -Le preguntaba la razón del por qué a los que se llaman José les dicen Pepe- repitió.
  -Muy buena pregunta- afirmó Tobías reclinándose un poco hacia la derecha y pasando el brazo por atrás del respaldo-. Se dice que durante la lectura de las Sagradas Escrituras, se referían a San José como Pater Putatibus, o sea: aquel que se le atribuye la paternidad sin ser cierto, o algo así. Para abreviarlo decían P.P. ¿Ven el concepto? Y ya que estamos con los nombres, hay otro muy interesante con San Francisco de Asís. A él le decían Pater Comunitatis, el padre de la comunidad. Si toman la primera sílaba de cada palabra encontramos al famoso Paco.
  -Yo tengo una pregunta- dijo otro muchacho levantando la mano.
 Todos lo miraron.

III

  -No te atrevas a preguntarle eso- le dijo una chica.
  -¿Qué vendría a significar “eso”?- quiso saber Tobías muy intrigado.
  La chica bajó la mirada a su carpeta mientras hacia líneas sin sentido con la birome en una de las hojas.
  -Es una mala palabra- dijo quedamente.
  -Hasta las malas palabras tienen un significado oculto, querida- le respondió Tobías-. A ver, jovencito, dígala sin miedo.
  -Es una mala palabra en ingles- explicó el chico-: Fuck.
  Todos rieron, incluso Tobías.
  -Vaya, no me esperaba algo así- dijo cuando las risas acabaron-. Pero, aunque no lo crean, existe una explicación para esa palabra. En la antigua Inglaterra, los matrimonios podían tener sexo si el Rey los autorizaba. Entonces, había que ir a pedirle permiso al monarca. Y si este autorizaba el pedido les entregaba una placa que debían colgar en sus puertas mientras tenían relaciones. En la placa decía: “Fornication Under Consent of the King”. Para acortarlo, F.U.C.K. Igualmente existen otras versiones del origen de esta palabra, pero personalmente me quedo con esta. Es más pintoresca, ¿no les parece? Lo mismo ocurre con “okey”, una forma de expresar que todo está bien. Se dice que durante la guerra de secesión norteamericana, cuando las tropas regresaban a los cuarteles sin ninguna baja, ponían en una pizarra “0 Killed”, cero muertos, lo que era algo muy bueno. De allí vendría la expresión O.K. para decir que las cosas salieron bien o están en orden.
  Tobías dejó que anotaran tranquilamente en sus carpetas y contempló el cielo azul sin nubes. Respiró profundamente, llenándose los pulmones con el aire de aquella hermosa tarde de otoño.
  -Esta deben conocerla porque se las deben decir mucho a todos ustedes- se sonrió-: Estar en babia.
  -¡Sí!- gritaron al unísono.
  -Babia es una región de España. En la Edad Media los reyes de León y Asturias se retiraban a aquella zona para rascarse el higo. Desde entonces se usa la expresión para indicar que alguien está ausente o distraído.
  -Esa me gustó- dijo el de los aritos-. Si los reyes se rascaban el higo, ¿por qué no nosotros?
  -Otra frase muy conocida es la de “salvarse por los pelos”, cuando zafamos de algún quilombo por casi nada. Aunque no lo crean, antiguamente había muchos marineros que no sabían nadar. Entonces, se dejaban el pelo largo para que, en caso de caer al mar, sus compañeros los cazasen de los pelos y los rescataran. ¿Entienden? Los salvaban por los pelos. Una boludes, pero que no deja de ser interesante.
  Así estuvieron un rato largo: los chicos tirando frases o palabras y Tobías dándoles, cuando le era posible, la explicación que correspondía.
  Las luces de la plaza comenzaron a encenderse y una brisa fría se dejó sentir.
  -Bueno, chicos- dijo Tobías arrebujándose en el saquito de lana que llevaba puesto-, ya está refrescando y es mejor que me vuelva a casa a tomar algo calentito. Espero haberlos ayudado en lo que necesitaban.
  Los chicos se pusieron de pie sacudiéndose algunas briznas de pasto de sus pantalones o polleras y dándole las gracias. El de los aritos hasta le estrechó la mano y todo.
  Tobías ya estaba a punto de marcharse con el diario bajo el brazo, cuando escuchó una conversación entre dos de las chicas del grupo:
  -Espero que con esto sea suficiente- decía una de las chicas-. Solano siempre pide trabajos novedosos, que lo sorprendan, y no creo que él ignore todos estos datos.
  -¿Te parece?- dijo la otra. Esta llevaba el pelo recogido en una cola-. Yo pienso que logramos bastante. No creo que los otros grupos tengan algo mejor que esto. La de los pelos es muy buena.
  Ese Solano parecía ser un tipo con pocas pulgas, pensó Tobías. No creía que los datos que les había dado a los chicos fueran vox populi y estuvieran al alcance de todos, aunque ahora con internet nunca se sabía. Ahora, y con sólo apretar una tecla, se recibía información de todo el mundo. Y aunque él no era muy amante de esas cosas (a él le gustaba más buscar en los libros, pasar las páginas, hacer anotaciones en los márgenes, remarcar párrafos), de pronto se sintió culpable sin saber el verdadero por qué. O tal vez sí. Él era un profesor de la vieja escuela (un arcaísmo demodé, como lo había llamado el director antes de decirle que lo jubilaban porque no estaba a la altura de los nuevos tiempos) y sentía esto como una forma de demostrar que todavía podía enseñar, que todavía podía llegar al corazón de los alumnos y brindarles su saber.
  -Un momento- dijo de pronto y volviéndose a sentar- .Les pido disculpas, me olvidé de contarles una historia verídica que dio lugar a una de las expresiones mas conocidas de estos tiempos. Si les interesa escucharla, los invito a que me presten su atención unos minutos más.
  Los jóvenes se miraron entre ellos y de a poco volvieron a sentarse en el pasto.

IV

  -Esto ocurrió aquí, en Buenos Aires, por el año mil novecientos y pico, en pleno tiempo de guapos con cuchillo en la cintura.
  -¿Iban a algún asado?- dijo uno de los chicos buscando con la mirada a alguno que le festejara la humorada. La chica que tenía al lado le metió un codazo en las costillas.
  -Existían casas de citas en donde los hombres podían bailarse algunos tanguitos, beberse unas copas, fumarse un cigarro y pasar a las piecitas de algunos de los pisos superiores con una de las minusas que pululaban en el salón. Una de las más famosas era la que manejaba la Turca Polatkan, una mujer obesa y tetona que olía a perfume caro y que llevaba los dedos de las manos repletos de anillos. La Turca conocía gente en el puerto que le hacían llegar de contrabando habanos, cigarros y whisky. Los precios que manejaba la Turca no eran para todos, no señor. A su casa sólo iba gente de la alta sociedad. Eran famosas las fiestas que organizaba, lo mismo que la belleza de todas las chicas que trabajaban allí. Se cuenta que el mismísimo Don Hipólito era asiduo concurrente, y que la Turca llegó hasta a aconsejarlo de cómo llevar la presidencia.
  -¿Qué Hipólito?- preguntó el de barbita candado.
  -¿Lo estás preguntando en serio?- se sorprendió el muchacho que tenía al lado-. No podes ser tan nabo.
  -Si me permiten, me gustaría hacer un pequeño paréntesis y contarles algo muy chiquito- dijo Tobías a la vez que juntaba los dedos índice y pulgar casi hasta tocarlos.
  El grupo asintió con la cabeza. La verdad, se estaban divirtiendo bastante.
  -En ese entonces el aseo no era una tarea fácil- dijo Tobías-. En cada habitación había un mueble de tres patas llamado palanganero en donde se colocaba una jarra con agua y una palangana. De esa forma se higienizaban para salir del apuro. Entonces, estas chicas, entre cliente y cliente, se palanganeaban un poco la cotorra y dale que va con el que seguía, ¿vieron? Pero el tema era el recambio del agua. Imagínense que no iban a estar bajando escaleras haciendo equilibrio con una palangana, que es lo más jodido que hay. Hagan la prueba y después me cuentan. Lo que se hacía en esos casos era llevar una nueva jarra con agua limpia y listo el pollo. Ahora, ustedes se preguntarán qué carajo hacían con el agua de la palangana, toda mugrienta y con algún que otro pelo indeseable flotando apaciblemente. La respuesta es simple: directamente se abría la ventana y la echaban al grito de ¡Aguas! Con ese grito se trataba de avisar a los transeúntes. Claro que muchas veces no alcanzaba y alguno ligaba el palanganazo de agua sucia encima de él.
  -Eso es un asco- dijo una de las chicas frunciendo la cara.
  -Eran otros tiempos- se sonrió Tobías-. No existían los baños como ahora. Me gustaría verte a vos en esa época.
  -A mí también me gustaría verte palanganeando- se rió otro chico.
  La carcajada fue general.
  -Cierro el paréntesis y les sigo contando: resulta que una de las chicas de la Turca se empezó a hacer famosa entre los clientes por su fogosidad y osadía. Según dicen, era tan bella que, con sólo verla desnudarse, los hombres no duraban ni un minuto en eyacular. Ninguno de ellos había sido capaz de llegar al coito y se empezaron a correr apuestas de quien podría  penetrarla, aunque sea con la puntita. Que se sepa, nadie pudo. Esta chica se llamaba Gloria y era polaca. Muy pronto la voz se corrió por todo Buenos Aires y los hombres se acercaban hasta la casa de la Turca pidiendo un minuto con la Gloria, frase que fue degenerando hasta la que conocemos hoy: un minuto de Gloria.
  Todos se quedaron callados y con las bocas abiertas.
  -Esta historia es real, se los puedo asegurar. Me la contó mi abuelo hace parva de años. Yo me quede igual que ustedes ahora: con la boca abierta. Pero si algo no era mi abuelo, era mentiroso.
  Tobías se puso de pie y estiró los brazos, desperezándose.
  -Ahora sí, me voy- dijo-. La Doña se debe estar preguntando donde carajo me metí, y es mejor no hacerla esperar demasiado. Si su profesor les pregunta de donde sacaron esa historia, le dicen que yo se las conté. Y si quiere pruebas, bueno, tendría que revisar en el desván. Creo que por ahí hay una foto de mi abuelo con la Gloria. Porque, no sé si les dije, la Gloria era mi abuela. ¿No se los conté eso? Es lo que pasa cuando uno envejece: se olvida de las cosas. Y para que quede constancia: sí, mi abuelo se la cogía bien cogida a la Gloria todas las noches. Fue el único que pudo. Algunos dicen que la Gloria se enamoró y por eso se lo permitió. Tuvieron tres hijos y vivieron muy felices hasta que ella falleció. Mi abuelo la siguió poco después. La extrañaba mucho. Ahora sí, como dije antes, me voy.
  Tobías saludó a todos con una inclinación y se fue caminando lentamente, con la sombra alargándose cuando pasaba bajo un farol.

2 comentarios:

Adrián Granatto dijo...

Esta historia comenzó al recibir un comentario en el Facebook y lo que contesté en broma. Pero la idea se me quedó dándome vueltas y terminé escribiéndola. Espero que les guste.

Calavera dijo...

Granatto, usted es el mejor!!! :D

O si no, por lo menos está entre los tres primeros!! Me reí un montón con este relato! :P

Felicitaciones, está de lujo!

¿Para cuándo una antología? ;)